Foto: Este es el verdadero milagro multiplicador: la capacidad de compartir, aún más, de compartirnos.
Por: Nezahualcóyotl / Diócesis de Nezahualcoyotl
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
«Seamos alimento que alcanza para todos»
Cada día, de Oriente a Occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia celebra el memorial de la muerte y resurrección del Señor, que bajo las especies de Pan y Vino se convierten, por la acción del Espíritu Santo, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por lo tanto, podemos decir que todos los días son celebración del «Corpus Christi».
Hoy la liturgia nos regala la oportunidad de reconocer a Jesús vivo y presente en el Santísimo Sacramento del Altar, alimento de vida eterna que los cristianos debemos recibir y adorar con profundo cariño y devoción. Pero no podemos quedarnos solamente en esta dimensión contemplativa.
El pan y el vino, que ofrecemos en cada Eucaristía, son elementos significativos. Es interesante que en la última cena Jesús haya escogido el pan y el vino, «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». El Evangelio de Lucas nos ayuda a tomar conciencia de este maravilloso don, pues la multiplicación de los panes que se reparten a la multitud, es reflejo de la Eucaristía, donde la comunidad cristiana, además de anunciar la muerte y resurrección del Señor, asume el compromiso solidario en el compartir el pan, la vida y el amor.
El alimento que alcanza para todos es uno de los signos de la presencia del Reino de Dios entre los hombres, porque de él depende la vida. Por eso, Jesús ordena a sus discípulos: «Denles ustedes de comer». Ante la necesidad que manifiesta la multitud, los discípulos deben aprender a dar respuestas concretas.
Cuando somos conscientes de que no tenemos medios suficientes para resolver problemas tan grandes que se presentan en el mundo, nos sentimos pequeños, impotentes y débiles, nos quedamos paralizados sin saber qué hacer. Pero el Señor nos sigue insistiendo: «Denles ustedes de comer». Él quiere que sintamos como nuestros esos problemas, que nos impliquemos, que seamos generosos, que sepamos compartir tantos bienes que con mucha frecuencia nos sobran.
Nosotros no podemos realizar el prodigio de multiplicar los panes, pero sí podemos compartir con los demás lo que tenemos, aquello que hemos recibido de Dios. Cada uno desde sus posibilidades, y quizá hasta desde su propia pobreza, puede compartir amor cariño, comprensión, ternura, tiempo, consejos; y también alimento, vestido, vivienda, dinero, bienes, etc.
Comulgar es recibir a Cristo, pero no acapararlo o retenerlo para sí mismo. Comulgar es hacerse uno con Cristo en todo, por lo tanto, comulgar no puede reducirse a simplemente recibir al Señor; cada comunión debe despertar en nosotros el deseo de entregarnos al servicio de los hermanos, como un pan siempre listo para ser comido.
Este es el verdadero milagro multiplicador: la capacidad de compartir, aún más, de compartirnos. Si nosotros ponemos algo de nuestra parte, Él hará el resto, hará lo que nosotros no sabemos o no podemos, porque solamente Él puede hacer que nuestra generosidad y nuestra entrega dé más fruto del que nosotros imaginamos. Únicamente cuando ponemos nuestra vida, como un alimento, a disposición de los demás, actualizamos el memorial del Señor hasta que vuelva.
Pbro. Julio César Ponce García